Nadia, diminutivo de esperanza en
ruso, de ánimo alegre y naturaleza vehemente, era francesa, de la Provenza, de una región de prados de lavanda cuyos colores y
aroma alegraban los rostros de habitantes y visitantes.
Ángelo, mensajero de Dios en
griego, de naturaleza emotiva y protectora, era italiano, de la Toscana, de un
lugar donde los bellos campos de viñedos tejían los caminos con sus frutos para
producir cada año sabrosos caldos.
El cielo tuvo el capricho de
cruzar sus destinos de la manera más fortuita posible.
Nadia era restauradora y en 1998
estaba trabajando en la abadía de Fontfreda cerca de Narbona. La abadía había
sido fundada en 1080 y había pasado por manos de la orden de San Benito y del
Cister. En 1901 salieron los últimos cistercienses y en 1908 la familia Fayet
la compró y comenzó su restauración. Los descendientes de la familia, con los
años, habían ido buscando ayuda en otros mecenas para las diferentes estancias
de la abadía que se componía de un patio de honor y edificio de los hermanos
legos, otro patio de Luís XIV, un
claustro, una iglesia abacial, dormitorios, un antiguo refectorio y una rosaleda con cerca de 2.500 rosales de
trece colores distintos. En el cercado de San Simón había otro jardín en el que
las rosas se mezclaban con plantas aromáticas como la lavanda y el romero. En
el exterior del claustro se encontraba la única construcción que perduraba del
primitivo monasterio, la Capilla de los Extranjeros. En el pasado, se había
destinado a acoger a los peregrinos y a los extraños y permitirles asistir a
los oficios religiosos sin molestar a los monjes.
El mecenas que sponsorizaba
la restauración de la Capilla de los Extranjeros, Don Alejandro duque de
Duguesclin, quería que su única hija, Betsabé, se casara allí y deseaba que un
antiguo retablo presidiera el altar. Para
ello había contratado a Nadia, una restauradora
francesa de renombre y conocida entre
los de su gremio. Cuando don Alejandro contactó con Nadia ella estaba
trabajando en otro proyecto, pero ante la bonita historia de su hija, ella
aceptó el trabajo. Si entonces Nadia hubiera sabido cuánto le iba a cambiar la
vida en esos meses…
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