La Sabiduría no nos viene dada, sino que debemos descubrirla por nosotros mismos, después de un viaje que nadie puede ahorrarnos o hacer por nosotros… MARCEL PROUST

¿O quizás la Sabiduría sí nos venga dada y también debamos descubrirla? BLANCA HOLANDA

jueves, 1 de marzo de 2012

Así comienza la historia de "La Coleccionista de Sensaciones"

Entre la estrecha línea en la que se separan lo real de lo irreal, en ese límite donde todo es posible, entre el cielo y la tierra, donde el reflejo de la luna en el agua se confunde con el reflejo del primer rayo de sol de la mañana, en ese lugar nació el amor entre Nadia y Ángelo. 

Nadia, diminutivo de esperanza en ruso, de ánimo alegre y naturaleza vehemente, era francesa,  de la Provenza, de una  región de prados de lavanda cuyos colores y aroma alegraban los rostros de habitantes y visitantes.

Ángelo, mensajero de Dios en griego, de naturaleza emotiva y protectora, era italiano, de la Toscana, de un lugar donde los bellos campos de viñedos tejían los caminos con sus frutos para producir cada año sabrosos caldos.

El cielo tuvo el capricho de cruzar sus destinos de la manera más fortuita posible.

Nadia era restauradora y en 1998 estaba trabajando en la abadía de Fontfreda cerca de Narbona. La abadía había sido fundada en 1080 y había pasado por manos de la orden de San Benito y del Cister. En 1901 salieron los últimos cistercienses y en 1908 la familia Fayet la compró y comenzó su restauración. Los descendientes de la familia, con los años, habían ido buscando ayuda en otros mecenas para las diferentes estancias de la abadía que se componía de un patio de honor y edificio de los hermanos legos, otro patio de Luís XIV,  un claustro, una iglesia abacial, dormitorios, un antiguo refectorio y  una rosaleda con cerca de 2.500 rosales de trece colores distintos. En el cercado de San Simón había otro jardín en el que las rosas se mezclaban con plantas aromáticas como la lavanda y el romero. En el exterior del claustro se encontraba la única construcción que perduraba del primitivo monasterio, la Capilla de los Extranjeros. En el pasado, se había destinado a acoger a los peregrinos y a los extraños y permitirles asistir a los oficios religiosos sin molestar a los monjes.

El mecenas que sponsorizaba la restauración de la Capilla de los Extranjeros, Don Alejandro duque de Duguesclin, quería que su única hija, Betsabé, se casara allí y deseaba que un antiguo retablo presidiera el altar.  Para ello había contratado a  Nadia, una restauradora francesa de renombre  y conocida entre los de su gremio. Cuando don Alejandro contactó con Nadia ella estaba trabajando en otro proyecto, pero ante la bonita historia de su hija, ella aceptó el trabajo. Si entonces Nadia hubiera sabido cuánto le iba a cambiar la vida en esos meses…

Qué caprichos tiene el tiempo, el azar es ciertamente juguetón, te sorprende cuando menos te lo esperas, te eleva y te deja caer, el destino…


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